martes, 17 de junio de 2008

SOBRE "LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE" DE SARAMAGO

“No es la vida que retrocede con horror frente a la muerte y se preserva pura de la destrucción, sino la vida que incluye la muerte, y se mantiene en la muerte misma, la que constituye la vida del espíritu”. F. G. HEGEL

“El saber de la muerte es el que confiere a la vida su significado”. ESTANISLAO ZULETA

“¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?” JAIME SABINES

“La muerte, por sí misma, sola, sin ninguna ayuda exterior, siempre ha matado menos que el hombre”. JOSÉ SARAMAGO

Anónimo lector: ¿cómo leer un libro que empieza y termina con la misma expresión, “Al día siguiente no murió nadie”? Sólo si es una obra de arte. Y no exageramos: a Las intermitencias de la muerte (2005) no le falta ni le sobra nada: es una sinfonía perfecta. José Saramago, su autor, reflexiona y con él sus lectores sobre la humanidad: sus absurdos, sus luchas, sus ilusiones, sus miedos, sus amores, cuando la muerte (nuestra “visceral enemiga”) hace de las suyas en “una sociedad dividida entre la esperanza de vivir siempre y el temor de no morir nunca”. Eso que se llama Hombre, con mayúscula, es puesto en un debate filosófico y ético bajo la forma de una novela en alguna sociedad contemporánea, tan actual como posible.

¿Pensar la muerte, como “atenta servidora” es también pensar la vida? Claro que sí: es lo lógico. Y, pensar la vida sólo se da si se piensa la cotidianidad del ser humano. O como dice uno de los personajes de la novela: “cada uno de nosotros es por el momento la vida”. Pero para ello preguntémonos por el significado de vivir: ¿vivir es lo mismo para todos?, ¿morir es la consecuencia natural de lo primero?, ¿estamos condenados a morir así como a vivir?, ¿podemos conocer la muerte y detener su curso inevitable?, ¿si sabemos que moriremos cómo vivir la vida?, ¿por qué podemos llegar a ser finitos y terrenales?, ¿dónde queda la trascendencia y la espiritualidad si afirmamos la vida? Preguntas y más preguntas: eso es lo mejor del libro en sus 274 páginas.

Por supuesto, en Las intermitencias de la muerte el presupuesto no puede ser otro: no es posible separar la vida de la muerte y la muerte de la vida: sin la una no hay la otra. Dos caras de la misma moneda: vida y muerte como complemento. El autor nos sorprende y ese es su objetivo deliberado: la novela es una gran alegoría sobre el poder de la vida, siendo que alude a la mismísima muerte como personaje principal. Pero es explicable: sólo si conocemos el poder de la muerte podemos reconocernos y aceptarnos en la vida, tan difícil de vivir: “la vida es una orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada, un titanic que siempre se hunde y siempre regresa a la superficie”.

Este es un libro filosófico, el mejor logrado por el nobel de literatura. Si Saramago en Ensayo sobre la lucidez reflexiona sobre la participación democrática de la multitud en un caso hipotético y muy posible de oposición mayoritaria del voto en blanco, en Las intermitencias de la muerte el gobierno también aparece como problema: ¿cómo gobernar a seres que se saben inmortales y eternos? Si en El hombre duplicado el tema es la soledad de los individuos concretos en una sociedad indiferente y obtusa, en Las intermitencias de la muerte, cuando se retira la parca de la vida, el temor es la falta de identidad: sin la muerte la vida pierde valor. Si en Ensayo sobre la ceguera la referencia es que estamos ciegos y creemos estar muy videntes, en Las intermitencias de la muerte la ceguera es saber qué hacemos con la vida cuando lo evidente es que nadie muere. Si en La caverna el tema gira en torno a la alegoría del consumismo desbocado y la desvalorización de la vida cotidiana, en Las intermitencias de la muerte el tema no puede ser otro que las dificultades de vivir en una sociedad construida sobre la materialidad del ser humano, donde el “momento” se pierde y el único resultado es que el valor de cambio de la vida es la muerte. Si se deja atrás “nuestra humana voluntad de vivir”, ¿qué somos?

Léase bien y entiéndase mejor: sobre la muerte se ha construido la vida. Tal es la crítica central del autor. Vale decir: si sabemos que somos mortales, el hombre y la mujer son fuerzas productivas, pertenecen a una sociedad de trabajadores, tienen una época productiva así como una niñez, adultez y vejez que hay que gobernar de la mejor manera. Igual como se vive de los vivos, también se vive de los muertos: las iglesias, las funerarias, los cementerios, las aseguradoras, etc. Todo gira sobre un solo eje: nos vamos a morir, hay que prepararnos para ella. La vida sólo es un largo camino, las más de las veces sufrida, para llegar a morir un día no determinado: “está adscrita a la especie humana con carácter de exclusividad”. Pensamos siempre en la muerte, pues sabemos que nos vamos a morir: “como tienen obligación de hacer todos los seres humanos”.

Por eso Saramago le da la vuelta a la idea dominante, y alecciona: sobre la vida y sus momentos se debe construir la vida. Sin embargo, una verdad de Perogrullo es que la muerte es absoluta: todos estamos “condenados a morir”. “Nadie escapa a su destino”. La “normalidad” es la muerte. Pero, ¿es cierto dicho fatalismo?

Si sólo pensamos la vida como etapa productiva, la desvalorización de ésta es más que evidente. Tanto que no lo advertimos pues estamos ciegos. Una sociedad levantada sobre el tiempo finito es una sociedad condenada a la fatalidad: la pobreza del sentido social es vivir en una comunidad alienada, desvalorizada, estúpidamente muerta así se presente muy viva. En una palabra, el egoísmo organizado. En dicha sociedad la preocupación principal está en cada uno de los habitantes, toda vez que la muerte determina una conducta social en tanto obstáculo, es imposible reconocerse en la vida colectiva.

De ahí que Saramago en Las intermitencias de la muerte reflexione sobre el valor de la vida en cuanto tal, como valor en sí. La imaginación y la fantasía, en la novela es deslumbrante: ¿qué pasaría en un país cualquiera donde la gente de un momento a otro dejara de morir? ¿Afectaría o no a los hombres y mujeres el que la sociedad fuera eterna? ¿Dónde quedarían las instituciones y las verdades por siempre inmortales cuando la vida también lo es? Todo cambiará, es la respuesta del lector atento que se sumerge en las páginas del relato novelado. ¿Cómo se gobierna una sociedad que sabe que no hay un más allá? ¿Qué hacer con los ancianos, con los moribundos, con los enfermos terminales si se acumulan por cientos y miles? ¿Habría esperanza, fe, credulidad?

Como hemos dicho renglones atrás: la novela está perfectamente bien escrita. Como en sus últimas novelas, Saramago construye personajes que se ajustan a su historia, no al contrario. A cada uno le da una identidad definida que se va consolidando a partir de los eventos que les suceden, curiosos y llamativos, cuando no jocosos y muy entretenidos. Los personajes hablan, tiene un yo que se inscribe en la misma forma discursiva del narrador que se pregunta por todo y que para ello parte del sentido común. Su gran mérito como novelista es partir del sentido común, al que cuestiona, le formula preguntas, le induce otro tipo de realidades para que el lector también se enfrente al relato, a las pasiones del mismo y a las circunstancias contextuales de los protagonistas en ellos inscritos. En Las intermitencias de la muerte la crítica al sentido común es, como se advierte, partir desde la cotidianidad de la vida, esos momentos, cuando la muerte ha dejado de existir o cuando ella se enseñorea con su objeto natural.

En cuanto sinfonía la novela también tiene ritmo, melodía y sonidos varios. El discurso es sencillo, muy inquietante y aventurero: siempre el tema filosófico de la existencia humana acompaña el relato. El lector no deja de sorprenderse por lo que encuentra a su paso por los distintos capítulos: cada vez más el relato se vuelve concreto y ejemplarizante, retomando vivencias particulares y preguntas generales que no dejan de aparecer. Tan es así que el libro impele a seguirlo leyendo desde el principio hasta el final. Y hay que ver el final, los últimos cinco o seis capítulos: ¡maravillosos!

A no dudarlo, Saramago después de recibir el nobel de literatura escribe cada vez mejor. Como los buenos vinos, cada novela la escribe mejor, en cuanto a tema, profundidad discursiva, personajes, diálogos, y desenlace. Su forma estilizada de narrador cotidiano, con párrafos vivenciales y dialogados, y su estilo filosófico y ético que deja entrever su formación literaria, le ha valido una forma depurada en la novela, de la cual es digno exponente.

¿Será verdad pues que tenemos temor de vivir por siempre, que requerimos que la muerte haga su tarea para saber que vivimos, para tener esperanza? Porque es justamente ese el tema: ¿sólo hay esperanza en la vida cuando ella es finita? Pero si estamos habituados a creer en dios y la muerte, como “omnipotencias supremas”, ¿será que no puede haber lugar para la imaginación y para el valor de la vida en tanto momentos de un todo colectivo? ¿Cuál es la ley de la naturaleza? ¿Será la muerte o será la vida? 

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